De nuevo se retrasaba. No era la primera vez que el joven pintor trataba con aquel cliente; y sabía que era de fiar. Pero tratándose de Toni, uno nunca conseguía sacudirse del todo la inquietud. El asesino más grande del último siglo. El más mortífero. Y el más dulce. La escena del crimen siempre aparecía limpia; el cadáver, sonriente. Y el cuadro…
Un detalle amargo para la viuda, una delicada muestra de sadismo…nadie se ponía de acuerdo. Pero todo el mundo coincidía en que el retrato de la víctima que siempre aparecía al lado del cadáver era, como poco, magnífico; y, poco a poco, la calle fue tejiendo historias sobre la identidad del misterioso pintor.
El encargo de ese día fue especial. Inmediatamente, el joven entendió que no debería pintar un simple retrato. Aquella debía de ser su obra maestra.
Sentado frente al caballete, se torció levemente y, poco a poco, empezó a acariciar el lienzo, con la vista clavada en el espejo.