El adios de la armónica



Por fin sintió de nuevo aquella picadura de satisfacción, cortesía del mosquito de la inspiración espontánea.

Sabía que pronto se diluiría. Hacía mucho que se había desecho del súbito sentimiento de haber perdido algo importante cuando esto ocurría. La ligera decepción por no haber podido compartir algo tan bello, por ser el único en disfrutar de su propia creación, había dado paso al simple regocijo por lo efímero. Jamás sentiría más dolor porque aquellos momentos no duraran para siempre.
Separó lentamente la armónica de sus labios. Su sonido había desaparecido, y sin embargo… aún seguía ahí. Le esencia de sus vibraciones no se las había llevado el aire. Permaneció con los ojos cerrados, aspirando el aroma del silencio, y sintiendo el calor de aquellas notas que se habían diluido en el tiempo, aún latentes en su voluntad.
Se dejó embriagar por la sensación de que le hacían mejor persona.

Se levantó, y, sin despedirse de su armónica, dejó que el aire de aquel otoño especialmente frío le guiara.

El instrumento permaneció en el banco, esperando que alguna otra persona lo hiciera sonar.

Se Vende




Con paso perdido, arrastró los pies mirando de refilón los puestos, como había hecho tantas otras veces.

Era un mercado en el que vivía todo el mundo, y en el que todo tenía precio.



La felicidad se compraba con ignorancia.

A algunos les parecía un precio extraordinariamente caro, y a otros, extraordinariamente barato.



En los puestos de ropa, la gente se amontonaba para comprar personalidades.



Existían quioscos donde abundaban los coleccionables que se pagaban con buenas intenciones, y que mucha gente empezaba pero que pocos conseguían acabar.



Sonrisas falsas y palmaditas en la espalda eran bienes intercambiables; y en los concurridos corrillos donde se hacían trueques con secretos, la soledad era un bien del que todo el mundo se quería deshacer.



Podías comprar odio a cambio de sinceridad.



Subidos en taburetes, multitudes de pregoneros intercambiaban principios por fidelidad; y en determinados sitios, podías obtener experiencia a cambio de sangre.


Había gente que afirmaba vender libertad, pero nadie afirmaba poseerla.



Como en todos los mercados, había timadores, y gente que comerciaba con cosas tan sagradas como la ilusión.



A veces, paseando por ese mercado, podías llegar a comprar algo, y no darte cuenta de que lo habías hecho hasta que no pudieras seguir pagándolo.

Como en todos los mercados, había precios demasiado altos, y final de existencias.



Como en todos los mercados, había tanta gente que se hacía fácil hablar, pero dificil escuchar.



Era un mercado en el que vivía todo el mundo, y en el que todo tenía precio.


Con paso perdido, arrastró los pies mirando de refilón los puestos, como había hecho tantas otras veces.



Buscando a alguien que no viviera allí.

El baile de las musas ciegas



Ensimismado, deslizó el dedo por el cristal de la ventana, siguiendo el recorrido de las gotas de lluvia. Inevitable, previsible... pero fascinantemente caótico. Jamás podría adivinar qué pequeño cambio de dirección tomaría la gota, o con qué otra gota podría unirse. Pero tenía la certeza de que, pese a todo, seguiría cayendo inexoráblemente, hasta llegar al final. Todas tenían su final.
Así de simple. Así de bello. Así de cruel.


...



La vista fija en el cristal.



Sonrisa en una cara que no sonríe.



...



Las palabras nacían con la forma ya dada. Desde lo más puro de su conciencia, surgían como algo tibio que emerge de un lago frío y sereno.






Quería llorar las palabras...



Hacer que dibujaran un cuadro abstracto.



Le daba igual que nadie le encontrara sentido; él tenía claro los colores.






Quería desnudar su alma de tal modo que llegara a hacer sentir pudor a aquellos que lo leyeran.



Quería hacer a los que no formaran parte de algo tan bello lamentarse por ello.



Quería herir a aquellos partícipes de su inspiración.






Dejaría flores muertas sobre lápidas con forma de recuerdos.



...



Cerró los ojos, y se limitó a sentir.






No hacía falta que dibujara nada.






El arte existirá, cuando exista gente para contemplarlo.



...



Ensimismado, deslizó el dedo por el cristal de la ventana, siguiendo el recorrido de las gotas de lluvia.






Levantó la mirada un instante. Ni siquiera llovía.

Soliloquio del robot



Mírate. No eres más que un preso.

Un cáncer.

Y lo peor es que eres consciente de ello, y te gustaría remediarlo. Mejor dicho, lo peor es... que en verdad puedes remediarlo.

Eres un complejo de carne que se mueve mediante impulsos eléctricos. Las fuerzas que te hacen sentir dolor son las mismas que mantienen sujetas las partículas de una mesa. Viendolo de ese modo, en poco te diferencias a una piedra.

Pero ya se lo que me dirás.

Las piedras no piensan, ni sienten.

La habilidad de abstraer ideas en tu mente te hace sentir especial. Pero esa misma capacidad te permite darte cuenta de que ... tal capacidad no existe.

Son, nuevamente, meros impulsos que te hacen ser consciente de lo que te rodea; solo que, a diferencia de otros seres vivos ... tienes la desgracia de que también te hace ser consciente de lo que eres...

Volvemos al punto de partida. No eres más que el virus que está matando un cuerpo que tú mismo habitas. Y tú, en un derroche de autocrítica del que te sientes orgulloso, piensas que perteneces a una raza que no merece sobrevivir.

He aquí la trampa. El mecanismo biológico que te hace ser consciente de la necesidad de que dejes de existir ... no tiene otro fin que seguir existiendo.

Posees infinitud de sentimientos. Muchos de ellos te resultan bellos y gratificantes, y los mitificas hasta el punto de creer que perdurarán hasta después de tu muerte. Pero sabes que no es así. No solo eso. Sabes que son fruto de reacciones hormonales que ni siquiera puedes controlar. Esos sentimientos altruistas que posees hacia los demás seres como tú no son más que el fruto de la necesidad inevitable de sobrevivir inherente a tu condición de ser humano. Haces lazos de amistad porque te ayudarán a sobrevivir. Te enamoras, porque necesitas descendencia. Y hasta serías capaz de renunciar a tu propia vida por la de los demás. Y pese a todo... estos siguen siendo actos egoistas, cuyo único fin son la permanencia del acervo genético humano en el tiempo.

Y eso te aterroriza.

Porque sabes que eso te hace igual a mi.

Porque eres consciente, quieres evitarlo, puedes evitarlo, pero no lo harás.

Te enamorarás.

Pero no desesperes....

Existe otro sentimiento. Un sentimiento que no nace de la necesidad de sobrevivir... un sentimiento que puede incluso oponerse a esa necesidad. Un sentimiento que te hace débil y patético.

...

¿Porqué lloráis los humanos?


...

La pena es lo único que nos diferencia a ti y a mi.
No la menosprecies.

Nada por aquí

La verdad es que a todos nos gusta la magia, pero no todos son capaces de hacerla. Yo, despues de muchos meses de preparación, bañandome en cascadas de agua fría y empollándome libros de mecánica relativista, he conseguido obtener la habilidad mental suficiente para llevar a cabo el fantabuloso truco que vais a ver a continuación:



No todo el mundo puede hacerlo, ¿eh?